Luis Cernuda – gedichten

COMO QUIEN ESPERA EL ALBA

ALS ERWARTE MAN DEN MORGEN

(1941-1944)


Las ruinas

Silencio y soledad nutren la hierba

Creciendo

oscura y fuerte entre ruinas,

Mientras la golondrina con grito enajenado

Va por el aire vasto, y bajo el viento

Las hojas en las ramas tiemblan vagas

Como al roce de cuerpos invisibles.


Puro, de plata nebulosa, ya levanta

El agudo creciente de la luna

Vertiendo por el campo paz amiga,

Y en esta luz incierta las ruinas de mármol

Son construcciones Bellas, musicales,

Que el sueño completó.


Esto es el hombre. Mira

La avenida de tumbas y cipreses, y las calles

Llevando al corazón de la gran plaza

Abierta a un horizonte de colinas:

Todo está igual, aunque una sombra sea

De lo que fue hace siglos, mas sin gente.

Levanta ese titánico acueducto

Arcos rotos y secos por el valle agreste

Adonde el mirto crece con la anémona,

En tanto el agua libre entre los juncos

Pasa con la enigmática elocuencia

De su hermosura que venció a la muerte.


En las tumbas vacías, las urnas sin cenizas,

Conmemoran aún relieves delicados

Muertos que ya no son sino la inmensa muerte anónima,

Aunque sus prendas leves sobrevivan:

Pomos ya sin perfume, sortijas y joyeles

O el talismán irónico de un sexo poderoso,

Que el trágico desdén del tiempo perdonara.


Las piedras que los pies vivos rozaron

En centurias atrás, aún permanecen

Quietas en su lugar, y las columnas

En la plaza, testigos de las luchas políticas,

Y los altares donde sacrificaron y esperaron,

Y los muros que el placer de los cuerpos recataban.


Tan solo ellos no están. Este silencio

Parece que aguardase la vuelta de sus vidas.

Mas los hombres, hechos de esa materia fragmentaria

Con que se nutre el tiempo, aunque sean

Aptos para crear lo que resiste al tiempo,

Ellos en cuya mente lo eterno se concibe,

Como en el fruto el hueso encierran muerte.


Oh Dios. Tú que nos has hecho

Para morir, ¿por qué nos infundiste

La sed de eternidad, que hace al poeta?

¿Puedes dejar así, siglo tras siglo,

Caer como vilanos que deshace un soplo

Los hijos de la luz en la tiniebla avara?


Mas tú no existes. Eres tan sólo el nombre

Que da el hombre a su miedo y su impotencia,

Y la vida sin ti es esto que parecen

Estas mismas ruinas bellas en su abandono:

Delirio de la luz ya sereno a la noche,

Delirio acaso hermoso cuando es corto y es leve.


Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa.

Importa como eterno gozar de nuestro instante.

Yo no te envidio, Dios; déjame a solas

Con mis obras humanas que no duran:

El afán de llenar lo que es efímero

De eternidad, vale tu omnipotencia.


Esto es el hombre. Aprende pues, y cesa

De perseguir eternos dioses sordos

Que tu plegaria nutre y tu olvido aniquila.

Tu vida, lo mismo que la flor, ¿es menos bella acaso

Porque crezca y se abra en brazos de la muerte?


Sagrada y misteriosa cae la noche,

Dulce como una mano amiga que acaricia,

Y en su pecho, donde tal ahora yo, otros un día

Descansaron la frente, me reclino

A contemplar sereno el campo y las ruinas.


Die Ruinen

Stille und Einsamkeit nähren das Kraut,

das dunkel und kräftig gedeiht in Ruinen,

während die Schwalbe mit wahnhaftem Ruf

durch weite Lüfte zieht und in dem Wind

die Blätter an den Zweigen flüchtig zittern,

wie gestreift von unsichtbaren Körpern.


Hell erhebt sich schon voll Nebelsilber

die spitze Sichel des wachsenden Monds,

gießt über Felder freundschaftlichen Frieden;

im ungewissen Licht sind die Ruinen

aus Marmor schöne Bauten voll Musik,

vom Traum vollendet.


Das ist der Mensch. Sieh

die Alice der Graber und Zypressen, Straßen

führen dich zum Herz des großen Platzes,

weit geöffnet einem Horizont voll Hügel:

alles ist wie einst, ein Schatten dessen, was es war

vor Hunderten von Jahren, aber ohne Menschen.


Das Titanenaquädukt erhebt die Rümpfe

trockner Bogen über dieses wilde Tal,

wo die Myrte neben Anemonen wachst

und das befreite Wasser zwischen Binsen

fließt voll der geheimnisvollen Eloquenz

der Schönheit, die den Tod besiegte.


An leeren Gräbern, Urnen ohne Asche

erinnern immer noch Reliefe schwach

an Tote, nur noch weiter, namenloser Tod,

mögen auch die kleinen Schatze überleben:

Fläschchen ohne ihr Parfum, Juwelchen, Ringe,

zum Hohn als Talisman der starke Phallus,

den die tragisch verachtende Zeit verschonte.


Die Steine, die Füße voll Leben berührten,

Jahrhunderte zuvor, sind immer noch

regungslos an ihrem Ort, wie auch die Säulen

auf dem Platz, die Zeugen politischer Gefechte,

und die Altäre, wo man opferte und hoffte,

und die Mauern, die der Körper Lust verbargen.


Sie jedoch sind nicht mehr da. Dies Schweigen

scheint die Rückkehr ihrer Leben zu erwarten.

Die Menschen, aus dem Trümmerstoff,

von dem die Zeit sich nährt, sie mögen zwar

erschaffen, was der Zeit wohl widerstehen kann,

doch schließen sie, entwirft ihr Geist auch Ewiges,

den Tod in sich wie eine Frucht den Kern.


O Gott. Du, der du uns erschaffen hast,

damit wir sterben, weshalb gabst du uns

den Durst nach Ewigkeit, der einen Dichter macht ?

Wie kannst du so Jahrhundert um Jahrhundert

gleich einem Federkelch, zerpflückt von einem Hauch,

des Lichtes Kinder in die Gier des Dunkels stürzen ?


Doch existierst du nicht; bist nur der Name,

den der Mensch sich sucht für Angst und Ohnmacht,

und das Leben ohne dich ist, was sich offenbart

in den Ruinen voller Schönheit and Verlassenheit:

ein Wahn des Lichts, gedämpft bereits zur Nacht,

ein Wahn, wohl schon, ist er nur kurz und leicht.


Seinen Augenblick lebt alles Schöne, und es geht dahin.

Bedeutend als ein ewiges Genießen unsres Augenblicks.

Ich beneide dich nicht, Gott; lass mich allein

mit meinem Menschenwerk, das nicht von Dauer ist:

der Drang, Vergängliches zu fallen

mit der Ewigkeit, gleicht deiner Allmacht.


Das ist der Mensch. So lerne denn, und gib sie auf,

die Jagd nach ewigen und tauben Göttern,

die dein Gebet erhalt und dein Vergessen zerstört.

Verliert dein Leben, einer Blume gleich, an Schönheit,

weil es wächst und blüht im Arm des Todes ?


Erhaben und geheimnisvoll senkt sich die Nacht,

zärtlich wie die sanfte Freundeshand,

und an ihrer Brust, an der wie ich jetzt andre einst

die Stirne ruhen ließen, lehne ich,

mit heiterem Blick auf Land und Ruinen.


Góngora

El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,

El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,

Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,

Harto de su pobreza noble que le obliga

A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,

Más generosas que los hombres, disimulan

En la común tiniebla parda de las calles

La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;

Harto de pretender favores de magnates,

Su altivez humillada por el ruego insistente,

Harto de los anos tan largos malgastados

En perseguir fortuna lejos de Córdoba la liana y de su muro excelso,

Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.


Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie

Si no es de su conciencia, y menos todavía

De aquel sol invernal de la grandeza

Que no atempera el frío del desdichado,

Y aprende a desearles buen viaje

A príncipes, virreyes, duques altissonantes,

Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;

Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente

Que el alba desvanece, a amar el rincón solo

Adonde conllevar paciente su pobreza,

Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida

Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,

Dejándole la amarga, el desecho del paria.


Pero en la poesía encontró siempre, no tan solo hermosura, sino animo,

La fuerza del vivir más libre y más soberbio,

Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes

Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.

Ahora al reducto ultimo de su casa y su huerto le alcanzan todavía

Las piedras de los otros, salpicaduras tristes

Del aguachirle caro para las gentes

Que forman el común y como público son árbitro de gloria.

Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.

Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,

Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dicto sus versos.

Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,

No gustó de él y le condena con fallo inapelable.


Viva pues Góngora, puesto que así los otros

Con desdén le ignoraron, menosprecio

Tras del cual aparece su palabra encendida

Como estrella perdida en lo hondo de la noche,


Como metal insomne en las entrañas de la tierra.

Ventaja grande es que esté ya muerto

Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden

Los descendientes mismos de quienes le insultaban

Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,

Sucesor del gusano, royendo su memoria.

Mas él no transigió en la vida ni en la muerte

Y a salvo puso su alma irreductible

Como demonio arisco que ríe entre negruras.


Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;

Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),

Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.


Góngora

Der ergraute Andalusier mit gutem Grund zum Stolz,

der Dichter, dessen helles Wort erstrahlt wie Diamant,

müde, seine Hoffnungen am Hofe zu erschöpfen,

müde seiner edlen Armut, die ihn zwingt,

nicht am Tage außer Haus zu gehen, sondern abends, wenn schon Schatten,

großmütiger als die Menschen, einen Schleier

im trüben Dammer auf den Straßen bilden

fürs schäbige Flanell seiner Kutsche, den dünnen Taft seines Anzugs;

müde, hohe Herren um Gefallen anzugehen,

sein Stolz verletzt vom beharrlichen Bitten,

müde van all den langen Jahren, damit vertan,

sein Glück zu suchen fern vom Cordoba der Ebene und seiner hohen Mauer,

so kehrt er zurück zum heimatlichen Winkel, um ruhig und still zu sterben.


Schon gibt er die Seele der Einsamkeit zurück und hofft auf niemanden,

nur auf sein eigenes Gewissen, und vor allem nicht

auf jene Wintersonne eitler Größe,

die nicht die Kälte des Elenden lindert,

und er lernt, sie mit guten Wünschen fonzuschicken,

all die Prinzen, Vizekönige, pompösen Herzoge,

glänzender Pöbel, nicht weniger dumm als der gemeine;

schon begnügt er sich, das Leben enden zu sehen als flüchtigen Traum,

fortgewischt vom Morgen, den einsamen Winkel zu lieben,

wo er seine Armut tragen kann mit Geduld

und vergessen, dass all die weniger Würdigen wie das gierige Vieh

von allem das Beste sich greifen, bis sie genug haben,

und ihm das Bittere lassen, den Abfall des Ausgestoßenen.


Doch in der Dichtung  fand er immer nicht nur Schönheit sondern Mut,

die Kraft, freier zu leben und stolzer,

wie ein Falke, der die harte Faust verlässt und zu den Wolken strebt,

schimmernd von Gold hoch oben am Himmel.

Noch treffen in der letzten Festung seines Hauses, seines Gartens

die Steine van den andern ihn, nur traurige Spritzer

dieser schalen Brühe, den Leuten teuer,

welche die Masse bilden und als Publikum des Ruhmes Richter sind.

Nicht einmal das vergab ihm Gott in der Stunde seines Todes.

So ist es nun verbrieft, dass Góngora nie Dichter war,

dass er das Dunkle liebte und seine Verse ihm nur Eitelkeit diktierte.

Menéndez y Pelayo, dem Mann aus Santander, von Dogmen aufgeblasen,

missfiel er, und er achtet ihn mit unanfechtbarem Urteil.


Hoch lebe also Góngora, da ihn die anderen

so voll Verachtung ignorierten, ein Verkennen,

hinter dem sein leuchtendes Wort hervorscheint,

ein verlorener Stern in tiefster Nacht,

ein schlafloses Metall in den Eingeweiden der Erde.

Wie günstig ist es, dass er schon gestorben

und dreihundert Jahre als Toter nun feiert, denn so können

die Nachfahren jener, die ihn einst schmähten,

sich vor seinem Namen verbeugen, den Gelehrten würdigen,

den Nachfolger des Wurms, der an seinem Andenken nagt.

Doch ergab er sich nicht, weder im Leben noch im Tod,

und rettete seine unbeugsame Seele

wie ein wilder Damon, lachend in der Schwärze.


Danken wir Gott für den Frieden des besiegten Góngora;

danken wir Gott für den Frieden des gerühmten Góngora;

danken wir Gott, der ihn wieder eingehen ließ (wie einst auch uns),

endlich aufgelöst und voller Ruhe, in sein Nichts.


La familia

¿Recuerdas tú, recuerdas aún la escena

A que día tras día asististe paciente

En la niñez, remota corno sueño al alba ?

El silencio pesado, las cortinas caídas,

El círculo de luz sobre el mantel, solemne

Como paño de altar, y alrededor sentado

Aquel concilia familiar, que tantos ya cantaron,

Bien que tú, de entraña dura, aún no lo has hecho.


Era a la cabecera el padre adusto,

La madre caprichosa estaba en frente,

Con la hermana mayor imposible y desdichada,

Y la menor más dulce, quizá no más dichosa,

El hogar contigo mismo componiendo,

La casa familiar, el nido de los hombres,

Inconsistente y rígido, tal vidrio

Que todos quiebran, pero nadie dobla.


Presidian mudos, graves, la penumbra,

Ojos que no miraban los ojos de los otros,

Mientras sus manos pálidas alzaban como hostia

Un pedazo de pan, un fruto, una copa con agua,

Y aunque entonces vivían en ellos presentiste,

Tras la carne vestida, el doliente fantasma

Que al rezo de los otros nunca calma

La amargura de haber vivido inútilmente.


Suya no fue la culpa si te hicieron

En un rato de olvido indiferente,

Repitiendo tan sólo un gesto transmitido

Por otros y copiado sin una urgencia propia,

Cuya intención y alcance no pensaban.

Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste:

Al menos has tenido la fuerza de ser franco

Para con ellos y contigo mismo.


Se propusieron, como los hombres todos, lo durable,

Lo que les aprovecha, aunque en torno miren

Que nada dura en ellos ni aprovecha,

Que nada es suyo, ni ese trago de agua

Refrescando sus fauces en verano,

Ni la llama que templa sus manos en invierno,

Ni el cuerpo que penetran con deseo

Dos soledades en una carne sola.


Ellos te dieron todo: cuando animal inerme

Te atendieron con leche y con abrigo;

Después, cuando creció tu cuerpo a par del alma,

Con dios y con moral te proveyeron,

Recibiendo deleite tras de azuzarte a veces

Para tu fuerza tierna doblegar a sus leyes.

Te dieron todo, sí: vida que no pedías,

Y con ella la muerte de dura compañera.


Pero algo más había, agazapado

Dentro de ti, como alimaña en cueva oscura,

Que no te dieron ellos, y eso eres:

Fuerza de soledad, en ti pensarte vivo,

Ganando tu verdad con tus errores.

Así, tan libremente, el agua brota y corre,

Sin servidumbre de mover batanes,

Irreductible al mar, que es su destino.


Aquel amor de ellos te apresaba

Como prenda medida para otros,

Y aquella generosidad, que comprar pretendía

Tu asentimiento a cuanto

No era según el alma tuya.

A odiar entonces aprendiste el amor que no sabe

Arder anónimo sin recompensa alguna.


El tiempo que pasó, desvaneciéndolos

Como burbuja sobre la haz de lagua,

rompió la pobre tiranía que levantaron,

Y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,

Entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,

Dueños en vida son del ancho olvido.


Luego con embeleso probando cuanto era

Costumbre suya prohibir en otros

Y a cuyo trasgresor la excomunión seguía,

Te acordaste de ellos, sonriendo apenado.

Como se engaña el hombre y cuan en vano

Da reglas que prohíben y condenan.

¿Es toda acción humana, como estimas ahora,

Fruto de imitación y de inconsciencia?


Por esta extraña llama hoy trémula en tus manos,

Que aun deseándolo, temes ha de apagarse un día,

Hasta ti transmitida con la herencia humana

De experiencias inútiles y empresas inestables

Obrando el bien y el mal sin proponérselo,

No prevalezcan las puertas del infierno

Sobre vosotros ni vuestras obras de la carne,

Oh padre taciturno que no le conociste,

Oh madre melancólica que no le comprendiste.


Que a esas sombras remotas no perturbe

En los limbos finales de la nada

Tu memoria como un remordimiento.

Este conclave fantasmal que los evoca,

Ofreciendo tu sangre tal bebida propicia

Para hacer a los idos visibles un momento,

Perdón y paz os traiga a ti y a ellos.


Die Familie

Entsinnst du dich, entsinnst du dich des Schauspiels,

das du Tag für Tag verfolgtest mit Geduld,

in der Kindheit, fern wie nur ein Traum am Morgen ?

Schweres Schweigen, zugezogene Vorhänge,

der Lichtkreis auf der Tischdecke, feierlich

wie ein Altartuch, und darum versammelt

jener Familienrat, den viele schon besangen,

während du, von hartem Kern, es noch nicht tatest.


Am Kopfende der verdrossene Vater,

die launische Mutter ihm gegenüber,

mit der älteren Schwester, unerträglich und freudlos,

und der jüngeren, sanfteren, kaum freudvoller,

bildeten sie mit dir das Heim,

das Elternhaus, das Nest der Menschen,

brüchig und starr wie Glas,

das jeder bricht, doch keiner biegt.


Uber das Halbdunkel herrschten, stumm und ernst,

Augen, die in keine andren Augen blickten,

und bleiche Hände hielten wie Hostien

ein Stuck Brot, eine Frucht, ein Glas Wasser,

und lebten sie noch damals, spürtest du bereits

hinter bekleidetem Fleisch das leidende Gespenst,

das beim Gebet der anderen nie die Bitternis

bezähmt, gelebt zu haben ohne Sinn.


Ihre Schuld war es nicht, wenn sie dich zeugten,

in einem Augenblick dumpfen Vergessens

nur ein Ritual wiederholten, überliefert

von anderen, vollzogen ohne eignen Drang,

und Zweck und Folgen nicht bedachten.

Und nicht deine Schuld, wenn du sie nicht verständest:

zumindest hattest du die Kraft zur Offenheit

mit ihnen und dir selbst.


Ihr Ziel war, wie bei allen Menschen, das Dauerhafte,

das ihnen Früchte bringt, wenn sie auch ringsum sehen,

dass nichts an ihnen dauert oder Früchte bringt,

daf5 nichts ihr eigen ist, nicht einmal der Schluck Wasser,

der ihren Schlund erfrischt im Sommer,

nicht die Flamme, die ihre Hände wärmt im Winter,

nicht der Körper, in den sie voll Verlangen dringen,

zwei Einsamkeiten in einem einzigen Fleisch.


Sie gaben dir alles: als wehrlose Kreatur

sorgten sie für dich mit Milch und Obhut;

später, als dein Körper wuchs, zusammen mit der Seele,

versahen sie dich poch mit Gott und mit Moral,

empfanden Lust daran, dich dann und wann zu plagen,

um deine zarte Kraft ihrem Gesetz zu beugen.

Sie gaben dir alles, ja: ein ungebetenes Leben

und mit ihm den Tod als strengen Begleiter.


Doch lauerte da etwas anderes verborgen

in dir, wie ein Raubwild in dunkler Höhle,

das nicht van ihnen kam, und das bist du:

die Kraft der Einsamkeit, das Leben in dir fühlen,

die Wahrheit dir gewinnen durch den Irrtum.

So frei sprudelt das Wasser hervor und fließt,

ohne die Fron, eine Walkmühle voranzutreiben,

unbeugsam dem Meer entgegen, seinem Schicksal.


Ihre Liebe zu dir hielt dich gefangen,

war ein Kleidungsstück, für andere geschneidert,

wie jene Großmut, mit der sie deinen Beifall

zu allem kaufen wollten,

was nicht nach deiner Seele war.

Da lerntest du die Liebe hassen, die nicht weiß,

unerkannt zu glühen, ohne jeden Lohn.


Die Zeit, die verging und sie vergehen ließ

wie Bläschen auf dem Wasser,

brach mit der elenden Tyrannei, die sie errichtet,

und frei warst du am Ende, allein mit deinem Leben,

inmitten derer, die, ohne Heim und Anhang,

im Leben Herr sind über das weite Vergessen.


Dann voll Wonne all das erprobend,

was sie bei andern stets verboten,

worauf der Kirchenbann den Frevler traf,

dachtest du an sie mit gequältem Lächeln.

Wie sehr betrügt der Mensch sich, wie vergebens

schafft er Regeln, die verbieten und verdammen.

ist alles Tun des Menschen, wie du heute glaubst,

Frucht van Nachahmung und Ignoranz ?


Wegen der seltsamen Flamme, die heute in deinen Händen zittert,

deren Erloschen du zwar ersehnst, doch auch voll Angst erwartest,

und die auf dich kam mit dem menschlichen Erbe

der unnützen Erfahrungen und hinfälligen Taten,

Gutes wie Schlechtes verrichtend, ungewollt,

wegen ihr sollen nicht die Tore der Hölle

über euch und die Werke eures Fleisches herrschen,

o schweigsamer Vater, der du sie nicht kanntest,

o schwermütige Mutter, die du sie nicht verstandest.


Diese fernen Schatten soll im letzten

Limbus des Nichts dein Angedenken

nicht wie Gewissensbisse quälen.

Dieser Gespensterrat, der sie beschwort,

dein Blue als Opfertrank darreichend,

damit die Entschwundenen flüchtig leuchten,

Verzeihung und Frieden bringe er dir und ihnen.


A un poeta future

No conozco a los hombres. Años llevo

De buscarles y huirles sin remedio.

¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo

Demasiado? Antes que en estas formas

Evidentes, de brusca carne y hueso,

Súbitamente rotas par un resorte débil

Si alguien apasionado les allega,

Muertos en la leyenda les comprendo

Mejor. Y regreso de ellos a los vivos,

Fortalecido amigo solitario,

Como quien va del manantial latente

Al río que sin pulso desemboca.


No comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan

Desde la fuente al mar, en ocio atareado,

Llenos de su importancia, bien fabril o agrícola;

La fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,

El multiforme mar, incierto y sempiterno.

Como en fuente lejana, en el futuro

Duermen las formas posibles de la vida

En un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,

Prontas a reflejar la idea de los dioses.

Y entre los seres que serán un día

Sueñas tu sueño, mi imposible amigo.


No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde

Que te comprendería, lo mismo que comprendo

Los animales, las hojas y las piedras,

Compañeros de siempre silenciosos y fieles.

Todo es cuestión de tiempo en esta vida,

Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,

Por largo y vasto, al otro pobre ritmo

De nuestro tiempo humane corto y débil.

Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses

Fuera uno, esta nota que en mí Inaugura el ritmo,

Unida con la tuya se acordaría en cadencia,

No callando sin eco entre el mudo auditorio.


Mas no me cuido de ser desconocido

En medio de estos cuerpos casi contemporáneos,

Vivos de modo diferente al de mi cuerpo

De tierra loca que pugna por ser ala

Y alcanzar aquel muro del espacio

Separando mis años de los tuyos futures.

Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,

Que otros ojos compartan lo que miran los míos.

Aunque tú no sabrás con cuanto amor hoy busco

Par ese abismo blanco del tiempo venidero

La sombra de tu alma, para aprender de ella

A ordenar mi pasión según nueva medida.


Ahora, cuando me catalogan ya los hombres

Bajo sus clasificaciones y sus fechas,

Disgusto a unos por frío y a los otros por raro,

Y en mi temblor humano hallan reminiscencias

Muertas. Nunca ban de comprender que si mi lengua

El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.

Yo no podré decirte cuánto llevo luchando

Para que mi palabra no se muera

Silenciosa conmigo, y vaya como un eco

A ti, como tormenta que ha pasado

Y un son vago recuerda por el aire tranquilo.


Tu no conocerás cómo domo mi miedo

Para hacer de mi voz mi valentía,

Dando al olvido inútiles desastres

Que pululan en torno y pisotean

Nuestra vida con estúpido gozo,

La vida que serás y que yo casi he sido.

Porque presiento en este alejamiento humano

Cuán míos habrán de ser los hombres venideros,

Como esta soledad será poblada un día,

Aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.

Si renuncio a la vida es para hallarla luego

Conforme a mi deseo, en tu memoria.


Cuando en hora tardía, aun leyendo

Bajo la lámpara luego me interrumpo

Para escuchar la lluvia, pesada tal borracho

Que orina en la tiniebla helada de la calle,

Algo débil en mi susurra entonces:

Los elementos libres que aprisiona mi cuerpo

Fueron sobre la tierra convocados

¿Por esto sólo? ¿Hay más? Y si lo hay ¿adónde

Hallarlo? No conozco otro mundo si no es éste,

Y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,

Como a una sombra, como yo he amado

La verdad del poeta bajo nombres ya idos.


Cuando en días venideros, libre el hombre

Del mundo primitivo a que hemos vuelto

De tiniebla y de horror, lleve el destino

Tu mano hacia el volumen donde yazcan

Olvidados mis versos, y lo abras,

Yo sé que sentirás mi voz llegarte,

No de la letra vieja, mas del fondo

Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre

Que tú dominarás. Escúchame y comprende.

En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,

Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos

tendrán razón al fin, y habré vivido.


An einen zukünftigen Dichter

Ich kenne die Menschen nicht. Jahr um Jahr

suche ich und fliehe ich sie hoffnungslos.

Verstehe ich sie nicht ? Oder verstehe ich sie

allzugut ? Noch eher als in den Gestalten,

so greifbar in ihrem schroffen Fleisch und Blut,

die eine gesprungene Feder jäh zerbricht,

treffen sie auf jemanden voll Leidenschaft,

verstehe ich sie tot und als Legende

besser. Und van ihnen zu den Lebenden

kehre ich gestärkt zurück als einsamer Freund,

als ginge ich vom Untergrund der Quelle

zum Fluss, der ungezügelt mündet.


Ich verstehe die Flüsse nicht. Sie eilen irrend

van der Quelle zum Meer in geschäftiger Muße,

strotzend van Bedeutung, ob für Fabrik oder Acker;

das Versprechen, das die Quelle ist, erfüllt allein das Meer,

das vielgestalte Meer, so ungewiss und unvergänglich.

Wie in ferner Quelle schlafen in der Zukunft

all die möglichen Gestalten dieses Lebens

einen Schlaf ganz ohne Träume, unbewusst und nichtig,

bereit, ein Spiegel zu sein für das Bild der Gotten

Und unter den Wesen, die da sein werden eines Tages,

schläfst du deinen Schlaf, mein unmöglicher Freund.


Ich verstehe die Menschen nicht. Doch etwas sagt mir,

dass ich dich verstände, denn ich verstehe

ebenso die Tiere, Blätter und die Steine,

bleibende Gefährten, still und treu.

Alles ist eine Frage der Zeit in diesem Leben,

einer Zeit, deren Rhythmus, so lang und gewaltig,

nicht harmoniert mit dem kläglichen Rhythmus

unsrer Menschenzelt, so kurz und schwach.

Waren Menschenzeit und Götterzeit

ein einziges, die Note, die der Rhythmus in mir anschlägt,

fände mit deiner gemeinsam zu einer Kadenz,

ginge nicht unter ohne Echo im stummen Auditorium.


Doch sorge ich mich nicht, bin ich auch unbekannt

inmitten dieser Körper, zeitgenössisch fast,

anders lebendig als mein eigner Körper

aus wahnhafter Erde, im Kampf, ein Flügel zu sein

und jene Mauer im Raum zu erreichen,

die meine Jahre trennt von deinen zukünftigen.

Ich wünsche mir nur meinen Arm auf einem Freundesarm,

dass andere Augen teilen, was die meinen sehen.

Magst du auch nicht wissen, mit wieviel Liebe ich heute

in diesem weißen Abgrund kommender Zeit

den Schatten deiner Seele suche, um van ihr zu lernen,

meine Leidenschaft neuem Maß zu fügen.


Jetzt, da mir die Menschen schon den Stempel

ihrer Kategorien, ihrer Lebensdaten geben,

missfällt den einen meine Kälte, andern meine Eigenheit,

und in meinem menschlichen Beben spüren sie Nachklang

von Toten. Niemals werden sie verstehen, dass meine Zunge

einst die Welt besang, weil Liebe es ihr eingab.

Ich könnte dir nicht sagen, wie lange ich schon kämpfe,

damit mein Wort nicht mit mir stirbt

im Schweigen, sondern wie ein Echo

zu dir gelangt, so wie ein Sturm, der schon vorüberzog,

an den ein ferner Klang in ruhiger Luft erinnert.


Du wirst nicht wissen, wie ich meine Furcht bezähme,

um meine Stimme mir in Mut zu wandeln

und dem Vergessen dies unnütze Unglück zu schenken,

das ringsherum wimmelt und unser Leben

mit Füßen tritt voll blödem Vergnügen,

dies Leben, das du sein wirst und ich beinah war.

Denn ich spüre, abgeschieden von den Menschen,

wie nahe die mir stehen müssen, die da kommen,

wie diese Einsamkeit dereinst, wenn auch ohne mich,

wahre Gefährten beleben werden, nach deinem Bild.

Ich verzichte auf das Leben, um es künftig zu finden,

eins mit meinem Verlangen, in deiner Erinnerung.


Wenn ich zu später Stunde beim Lesen

unter der Lampe innehalte,

dem schweren Regen lausche, der einem Betrunkenen gleicht,

der sein Wasser lässt in eisig finsterer Straße,

dann flüstert in mir etwas Schwaches:

die freien Elemente im Gefängnis meines Körpers,

wurden sie auf die Erde berufen

für nichts als das ? ist da noch mehr ? Und wo

kann ich es finden ? Ich kenne keine andre Welt als diese,

manchmal traurig ohne dich. So liebe mich mit Wehmut,

wie einen Schatten, so wie ich die Wahrheit

des Dichters liebte in dahingegangenen Namen.


Sollte in künftigen Tagen, ist der Mensch erst frei

von der barbarischen Welt, zu der wir nun zurückgekehrt,

voll Finsternis und Schrecken, das Schicksal

deine Hand führen zu dem Band, wo meine Verse

vergessen ruhen, und solltest du ihn öffnen,

so weiß ich, meine Stimme wird zu dir gelangen,

nicht aus alter Schrift, sondern aus den Tiefen

in deinem Inneren voll Leben, mit namenlosem Drang,

den du beherrschen wirst. Hör mich an und verstehe.

In ihrem Limbus wird meine Seele sich vielleicht erinnern,

und so werden in dir meine Traume, mein Verlangen

am Ende ihr Recht bekommen, und so habe ich gelebt.


Apologia pro vita sua

Abrid las puertas, dejad que vuelvan todos;

Su número es bien corto. Como en otro tiempo,

Espacio suficiente habría para ellos

Adentro de mi amor; después ninguno ha entrado

Allá durante años. Igual es a una casa

Que el dueño olvida, ausente en otras tierras,

Donde nada interrumpe el gobernar oscuro

Del ratón, la polilla y telarañas,

Sino el rayo de sol, cuando penetra

Furtivo en el desván por un postigo hendido

Para agitar los sueños del polvo en formas grises;

O la rama de espino florido en primavera,

Contagiada del viento su locura,

Llamando persistente a los cristales, ciegos

Ante el albor perlado o la luna amarilla.


Dejadles que se acerquen a mi cama

Y alumbren sus semblantes, como estrellas

Suspensas en la noche sobre el agua oscura,

La agonía de aquel que les amara,

uniéndoles así, desconocidos los unos a los otros,

En apretados haces de recuerdos.

Primero vienes tú, dame la mano, Arcángel,

Porque ya no conozco si te amaba o te odiaba,

Y perdón es ahora lo único que importa,

Antes de que a mi alma la destrone el olvido,

Cuyos pasos se acercan, rotos al fin muros y centinelas.

Si el amor no es un nombre, una experiencia inútil de los labios

(Así los dedos clavan un ala transparente

Tras el cristal curioso de algún laboratorio),

Yo creo que te he amado. Mas eso ya no importa.


Deja pasar aquellos que ocuparon

Luego tu ausencia. Así al morir un rey

Otro ciño la espada y la corona,

Sonando hacia la luna trompas en regocijo,

Aunque fuera excesivo para el nuevo monarca

El destine primero de aquel héroe,

Quien a sí mismo alzándose alzó a sus sucesores

En el nombre, ya que no en la pasión dominadora.

¿No es la pasión medida de la grandeza humana

Y acero templado por su fuego el alma grande?

A mi esos otros cuerpos me enseñaron

Que si amor palidece, cuando ya es imposible

Creer en la verdad de quien se ama,

Crece aún el deseo, y vence con un fuego

Presagio de aquellos en infierno ya sin esperanza.


Detrás venís vosotros, los amigos.

Qué dicen esos ojos aún claro lo recuerdo:

Si afuera es violento el mediodía,

Entra aquí. Facilidad sedante te brindamos;

Bodas de sombra y luz engendran la penumbra

Propicia a confidencias perezosas,

Y al nuevo visitante todo espera:

Asiento muelle, la copa con el vino,

Allá al rincón dormidas lilas blancas.

Benevolencia tibia le sienta bien al cuerpo

Que por desierto al sol ha caminado solo.

después del purgatorio ¿no ha de ser grata el limbo?

Mas respeta la seña de esta hermandad, la tuya

Si a la pasión renuncias. Y nuestro olvido

Ha de vencer un día a tu memoria.


La razón era vuestra, mis amigos:

Es el olvido la verdad más alta.

De todos esos años ya pasados,

llevándose mi vida, sólo quedan,

Como cirio que arde en cueva oscura

Y mueve sombras vagas sobre el muro,

Recuerdos destinados a morir de mi olvido.

Yo los guardaba, como algunos guardan

Su amor, su ambición otros o su odio;

Valor, ninguno tienen. Y entre ellos,

Sueños brotados de las puertas córneas

Que amarga aquél brotado de puertas marfileñas,

Surgen dolientes esas sombras postreras:

Las sombras de la gente de mi sangre,

Clamando identidad que el alma desconoce.


Caminar a la muerte no es tan fácil,

Y si es duro vivir, morir tampoco es menos.

La llegada a esa meta final pudieron otros

Aliviarla, ya rota la cadena, el eslabón doliente

De la conciencia propia; no asistieron

Como yo insobornables al vencimiento amargo

De la muerte, renunciando a sus almas

Con adiós inconsciente. Yo contemplo

La mía, como pájaro herido bajo un ala

Que a tierra viene, mas lucha todavía

Con plumas abolidas que no sostiene el aire.

Cuán hermosa la luz parece ahora

Temblando en halo azul tras de las ramas

Pardas de invierno donde brilla el hielo.

La renuncia a la luz más que la muerte es dura.


Sólo resta decir: me pesan los pecados

Que la ocasión o fuerza de cometer no tuve.

He vivido sin ti, mi Dios, pues no ayudaste

Esta incredulidad que hizo triste mi alma.

Heme aquí ya vencido, presa fácil ahora

De tus ministros, cuyas manos alzadas

Remiten o condenan a los actos del hombre.

Pero ¿quién es el hombre para juzgar al hombre?

La oración de la fe salva al enfermo,

Y si cayó en pecado le será perdonado.

Este cuerpo que ya sus elementos restituye

Al agua, al aire, al fuego y a la tierra,

Puede la gracia sellarlo todavía con un beso,

Por la virtud de aquel oscuro jugo de la oliva

Ungiendo al luchador y al moribundo.


Bien está que la sangre de la tierra

Moje y perdone al hombre cuando muere,

Aún turbias entreabriendo sus puertas los sentidos,

Y en ellas trace un dedo el signo mágico

Con el óleo más puro: sobre los ojos, que miraron

La luz y la hermosura, codiciándolas;

Sobre el oído, concha de la voz y la música;

Sobre el repliegue de la nariz, abierto

Al aroma del nardo, del cuerpo y de la lluvia;

Sobre la boca, que cantó, que besara y que mintiera;

Sobre la mano, de seda y de metales ambiciosa;

Sobre la espalda, árbol trémulo del espasmo.

Como un vuelo dibuja por el aire,

No la forma del ave, sino el surco efímero,

Desertan los recuerdos en nube mi memoria.


Para morir el hombre de Dios no necesita,

Mas Dios para vivir necesita del hombre.

Cuando yo muera, ¿el polvo dirá sus alabanzas?

Quien su verdad declare, ¿será el polvo?

Ida la imagen queda ciego el espejo.

No destruyas mi alma, oh Dios, si es obra de tus manos;

sálvala con tu amor, donde no prevalezcan

En ella las tinieblas con su astucia profunda,

Y témplala con tu fuego hasta que pueda un día

Embeberse en la luz por ti creada.

Si dijiste, mi Dios, cómo ninguno

De los que en d confíen ha de ser desolado,

Tras esta noche oscura vendrá el alba

Y hallaremos en ti resurrección y vida.

Para que entre la luz abrid las puertas.


Apologia pro vita sua

Öffnet die Türen, lasst alle zurückkehren;

gering ist ihre Zahl. Wie früher

gibt es Platz genug für sie

in meiner Liebe; später trat niemand dort ein

für vide Jahre. Sie gleicht einem Haus,

das sein Besitzer vergisst, auf Reisen in der Fremde,

in dem nichts das dunkle Regiment

van Maus, Motte und Spinnweben stört

als der Sonnenstrahl, wenn er verstohlen

in den Dachboden dringt durch den Spalt einer Luke

und die Träume des Staubs aufrührt in grauen Gebilden;

oder der blühende ‘Weißdornzweig im Frühling,

angesteckt vom Wahnsinn des Windes,

der beharrlich an die Scheiben klopft, blind

für das Perlmutt des Morgens wie das Gelb des Mondes.


Lasst sie herantreten an mein Bett,

und ihre Gesichter sollen, wie Sterne

schwebend in der Nacht über dunklem Wasser,

leuchten über dem Todeskampf dessen, der sie liebte

und sie nun versammelt, einander unbekannt,

in dichten Garben von Erinnerungen.

Zuerst kommst du, reich mir die Hand, mein Erzengel,

denn ich weiß nicht mehr, ob ich dich liebte oder hasste,

und jetzt zählt nichts als die Vergebung,

bevor meine Seele entthront wird vom Vergessen,

dessen Schritte sich nähern, gestürzt die Mauern und Posten.

Falls die Liebe nicht ein Wort ist, ein unnützes Erlebnis der Lippen

(als steckten Finger einen transparenten Flügel

hinter die neugierige Scheibe eines Labors),

so glaube ich, ich habe dich geliebt. Nun ist es einerlei.


Lass jene vorbeiziehen, die später Besitz

van deinem leeren Platz ergriffen. Denn starb ein König,

nahm ein anderer sich Schwert und Krone,

und zum Mond schallten jubelnd Trompeten,

war es auch zu groß für den neuen Monarchen,

das vorangehende Schicksal jenes Helden,

der sich zur Große erhob und mit ihm den Nachfolger,

groß der Name, nicht mehr die herrschende Leidenschaft.

ist die Leidenschaft nicht Maß der menschlichen Größe

und ein in ihrem Feuer gehärtetes Schwert die große Seele?

Diese anderen Körper lehrten mich,

wenn die Liebe blass wird, da man nicht mehr

an die Wahrheit dessen glaubt, den man doch liebt,

wachst noch immer das Verlangen, siegt mit einem Feuer,

Vorbote all derer in der Hölle, schon ohne Hoffnung.


Danach kommt ihr, die Freunde.

Was diese Augen sagen, erinnere ich noch genau:

ist draußen der Mittag erbarmungslos,

tritt hier herein. Milde Erleichterung schenken wir dir;

Hochzeiten von Licht und Schatten gebaren das Halbdunkel,

geschaffen für trage Vertraulichkeiten,

und alles erwartet den neuen Besucher:

ein weiches Polster, das Glas mit dem Wein,

in der Ecke schlummernd weiße Lilien.

Behagliches Wohlwollen erfreut den Körper,

der unter der Wüstensonne wanderte, allein.

ist nach dem Fegefeuer der Limbus nicht willkommen ?

Doch achte die Parole dieser Bruderschaft, die dein ist,

falls du auf Leidenschaft verzichtest. Und unser Vergessen

wird eines Tages siegen über dein Gedächtnis.


Ihr behieltet recht, ihr Freunde:

das Vergessen ist die letzte Wahrheit.

Von all den schon vergangenen Jahren,

die mein Leben mit sich nahmen, bleiben nur

wie eine Kerze, die in dunkler Höhle brennt

und flackernd vage Schatten auf die Wände wirft,

Erinnerungen, und ihr Los ist Tod durch mein Vergessen.

Ich bewahrte sie, so bewahrt sich mancher

seine Liebe, ein andrer seinen Ehrgeiz oder Hass;

Wert haben sie keinen. Und unter ihnen,

Träume, die aus hörnernen Pforten treiben,

bitter vom Trieb aus den Elfenbeinpforten,

erheben sich leidend diese letzten Schatten:

die Schatten der Menschen meines Blutes,

sie rufen nach einer Gleichheit, der Seele unbekannt.


Dem Tod entgegenwandern ist nicht leicht,

und ist das Leben hart, ist es das Sterben nicht minder.

Die Ankunft am letzten Ziel konnten sich andere

erleichtern, geborsten schon die Kette, der schmerzende Ring

des eignen Bewusstseins; sie sahen nicht wie ich

unbestechlich dem bitteren Siegen

des Todes zu, auf ihre Seelen verzichtend

mit unbewusstem Abschiedsgruß. Ich betrachte

die meine, wie einen am Flügel verwundeten Vogel,

der zur Erde stürzt and dennoch kämpft,

ohne Kraft die Federn, die keine Luft mehr tragt.

Wie schon erscheint das Licht jetzt,

zitternd in blauem Schein hinter den dunklen

Zweigen des Winters voll glitzerndem Eis.

Auf das Licht verzichten ist noch harter als der Tod.


Zu sagen bleibt nur: schwer wiegen meine Sünden,

für die es mir an Möglichkeit, an Kraft gemangelt.

Ich lebte ohne dich, mein Gott, du hast mir nicht geholfen

in diesem Unglauben, der meine Seele betrübte.

Sieh mich nun besiegt, als leichte Beute

für deine Stellvertreter, deren erhobene Hände

die Taten des Menschen verzeihen oder verdammen.

Doch wer ist der Mensch, dass er den Menschen richtet ?

Das Gebet des Glaubens rettet den Kranken,

und fiel er in Sünde, so wird ihm vergeben.

Diesen Leib, der seine Elemente schon zurückgibt

an das Wasser, an die Luft, das Feuer und die Erde,

kann die Gnade noch zeichnen mit ihrem Kuss,

kraft jenes dunklen Saftes der Olive,

der den Kämpfer salbt wie den Sterbenden.


Es ist gut, dass das Blut der Erde

den Menschen benetzt und freispricht, wenn er stirbt,

wenn noch wirr die Sinne ihre Tore etwas öffnen

und ein Finger drauf sein magisches Zeichen

mit dem reinsten aller Öle setzt: auf die Augen,

die Licht und Schönheit schauten und ersehnten;

auf das Ohr, die Muschel der Stimme und der Musik;

auf den Schwung der Nase, die sich öffnete

dem Duft der Narde, des Körpers und des Regens;

auf den Mund, der einmal sang, bestimmt auch küsste und log;

auf die Hand, nach Seide und Metallen trachtend;

auf den Rücken, den bebenden Baum des Zuckens.

Wie ein Plug in die Luft hinein nicht die Form

des Vogels zeichnet, sondern seine flüchtige Spur,

so flieht die Erinnerungsschar mein Gedächtnis.


Zum Sterben braucht der Mensch Gott nicht,

doch Gott braucht zum Leben den Menschen.

Sterbe ich, wird dann der Staub sein Loblied singen ?

Seine Wahrheit, wird sie dann der Staub verkünden ?

ist das Bild dahin, bleibt der Spiegel blind.

Zerstöre nicht meine Seele, Gott, ist sie das Werk deiner Hände;

rette sie mit deiner Liebe, wo nicht die Oberhand

in ihr die Finsternis behalt mit ihrer tiefen List,

und harte sie in deinem Feuer, damit sie eines Tages

sich vollsaugen kann im Licht, von dir geschaffen.

Sagtest du, mein Gott, dass keiner derer,

die auf dich bauen, je verzweifeln soll,

so kommt nach dieser dunklen Nacht der Morgen,

und in dir finden wir die Auferstehung und das Leben.

Damit das Licht hereinfallt, macht die Tore auf.


Quetzalcóatl

Yo estaba allí, mas no me preguntéis

De dónde o cómo vino, sabed sólo

Que estuve yo también cuando el milagro.

No importa el nombre. Una aldea cualquiera

Me vio nacer allá en el mundo viejo

Y apenas vivo me adiestré en la vida

Del miserable: hambre, frío, trabajo

Con soledad. ¿Quién le dio al fango un alma?


Pero tuve algo más: el cielo aquel, el cielo

De la tarde en Castilla (puro y vasto

Como frente de un dios que piensa el mundo,

Un mar de sangre y oro, cuya fiebre

La calmaba, toda azul, la noche honda

Con su perenne escalofrío de estrellas),

Me enseñó la lección digna del alma

Cuando lo contemplaba yo de niño

Sobre las bardas últimas al páramo.


Luego, como arenal sediento bebe al agua,

Así embebió mi mente las leyendas

De aquellos que pasaban a las Indias,

Perla sin par oculta en el abismo atlántico

Y por un hombre hallada, para adornar con ella,

Poeta que regala su propio sueño vivo,

Manos regias avaras y crueles.


Cuando vi un día las murallas rojas

De la costa alejarse, y yo perderme

En la masa de agua, sentí ceder el nudo

Que invisible nos ata a nuestra tierra;

Madrastra fuera, que no madre, y aún la quise.

Comencé entonces a morir, mas era joven

Y en ello no pensé, dándolo al olvido.

Otras constelaciones velaron mi esperanza.


Pisando tierra nueva, de la mano el destine

Me llevó llanamente al hombre designado

Para la hazana: aquel Cortés, demonio o ángel,

Como queráis; para mí sólo un hombre

Tal manda Dios, apasionado y duro,

Temple de diamante, que es fuego congelado

A cuya vista ciega quien le mira.


La ciudad contemplada desde el monte

Desnuda la intención secreta de sus calles,

Creídas al pisarla confusión sin rumbo;

Así desnudó el tiempo aquellos años nuestros

Preliminares, aunque perdidos parecieran:

Su dispersión impulse al aire la semilla

Que caída en la tierra dio luego la cosecha.


Y el momento llegó cuando nos fuimos

Por el mar un punado de hombres;

El mundo era sin límite, igual a mi deseo.

Frente al afán de ver, de ver con estos ojos

Que ha de cegar la muerte, lo demás, ¿qué valía?

Mas este pensamiento a nadie dije

Entre mis compañeros, a quienes hostigaba

La ambición de riqueza y poderío.


Realidad fabulosa como leyenda alguna

Allá nos esperaba, y nosotros la hallamos

Tras sus cimas nevadas y sus lagos profundos:

Un reino virgen cimentado en el oro y la esmeralda,

Guardado par cobrizas criaturas recónditas

Para las cuales Cristo fue nombre nunca oído.


Astucia, fuerza, crueldad y crimen,

Todo lo cometimos, y nos fue devuelto

Con creces; mas vencimos, y nadie hizo otro tanto

Antes, ni hará después: un puñado de hombres

Que la codicia apenas guardó unidos

Ganaron un imperio milenario.


Ya sé lo que decís: el horror de la guerra,

Mas lo decís en paz, y en guerra calláis con mansedumbre.

Nadie supo la guerra tan bien como nosotros,

Ni siquiera los hombres allá en el mundo viejo

Donde el emperador un trozo de pan daba

Por conquistarle reinos: castillos en el aire,

No bien ganados cuando ya perdidos.


Cuerpos acometí, arrancando sus almas

Apenas fatigadas de la vida,

Como el aire inconsciente las hojas de una rama;

Destines corté en flor, por la corola

Aún intacto el color, puro el perfume.

¿Hubo algún Garcilaso que mi piedra

Hundiera bruscamente al fondo de la muerte ?

El reino del poeta tampoco es de este mundo.


Cuando en una mañana, por los arcos y puertas

Que abrió la capital vencida ante nosotros,

Onduló como serpiente de bronce y diamante

Cortejo con litera trayendo al rey azteca,

Me pareció romperse el velo mismo

De los ultimas cielos, desnuda ya la gloria.

Sí, allí estuve, y lo vi; envidiadme vosotros.


La masa nevada de terrazas y torres,

Por la ciudad lejana de innumerables puentes,

Se copiaba en el agua aurea de las lagunas

Como sueño esculpido en luz gloriosa,

Y encima refulgía la corona del cielo.


Pobre rey Moctezuma, golondrina

Rezagada que sorprende el invierno,

Mojada y aterida el ala ya sin fuerza.

Pero no es rey quien nace, y Cortés lo sabía.

¿Por qué lo olvidó luego, emulando con duques

En la corte lejana, el, cuyos pies se hicieron

Para besarlos príncipes y reyes?

Cuando él se abandonó también Dios le abandona.


Ahora amigos y enemigos están muertos

Y yace en paz el polvo de unos y de otros,

Menos yo: en mi existencia juntas sobreviven

Victorias y derrotas que el recuerdo hizo amigas.

¿Quién venció a quién?, a veces me pregunto.


Nada queda hoy que hacer, acotada la tierra

Que ahora el traficante reclama como suya

Negociando con cuerpos y con almas;

Ya solo puede el hombre hacer dinero o hijos.

Y en un rincón al sol de este suelo, más mío

Que lo es el otro allá en el mundo viejo, solo, pobre

Tal vine, aguardo el fin sin temor y sin prisa.


Del viento nació el dios y volvió al viento

Que hizo de mí una pluma entre sus alas.

Oh tierra de la muerte, ¿dónde está tu victoria?


Quetzalcóatl

Ich war dabei, doch fragt mich nicht,

woher und wie es kam, wisst nur,

auch ich war Zeuge jenes Wunders.

Einerlei der Name. Ein Dorf wie andere

sah mich geboren werden in der alten Welt,

und kaum lebendig, lernte ich das Leben

des Elenden: mit Hunger, Kälte, Arbeit

und Einsamkeit. Wer gab dem Dreck die Seele ?


Doch etwas hatte ich: den Himmel, den Himmel

des Abends in Kastilien (rein, gewaltig,

eines Gottes Stirn, die sich die Welt erdenkt,

ein Meer aus Blut und Gold, sein Fieber

fand Balsam in dem weiten Blau der tiefen Nacht

mit ihrem steten Schauer von Gestirnen),

er lehrte mich eine Lektion, der Seele würdig,

betrachtete ich ihn einst als Kind

über Reisigdächern am Rande des Ödlands.


Dann, so wie der Sand voll Durst das Wasser trinkt,

so tränkte sich mein Geist mit den Legenden

von denen, die aufbrachen nach Westindien,

der Perle ohnegleichen, schlummernd im Abgrund des Atlantiks

und von einem Mann gefunden, der, ganz wie ein Dichter,

der den eigenen funkelnden Traum verschenkt,

Königshände damit schmückte, gierig und roh.


Als ich eines Tages sah, wie diese roten Mauern

der Küste sich entfernten und ich mich verlor

in Wassermassen, spürte ich den Knoten lose,

der uns unsichtbar mit unsrem Land verknüpft;

Stiefmutter für mich und keine Mutter, doch ich liebte es.

Damals begann mein Sterben, aber ich war jung,

ich dachte nicht daran und übergab es dem Vergessen.

Andere Gestirne wachten über meiner Hoffnung.


Neues Land betretend, führte mich das Schicksal

an der Hand genau zu jenem Mann, erwählt

für Jene Heldentat: Cortés, ein Dämon oder Engel,

wie ihr wollt; für mich war es ein ganzer Mann,

voll Leidenschaft und hart, so hart

wie Diamant, der Feuer ist, gefroren,

und den blind macht, der ihn betrachtet.


Sieht man auf die Stadt dort von dem Berg,

zeigt nackt sich ihr geheimer Plan der Straßen,

beim Betreten Wirrwarr ohne Richtung;

and nackt auch zeigte dann die Zeit all unsre Jahre

der Vorbereitung, die uns einst verloren schienen:

einmal verstreut, trieb an die Luft der Samen,

der in die Erde fiel und später Ernte gab.


Der Augenblick war da, wir zogen aus

und übers. Meer, nur eine Handvoll Männer;

die Welt war ohne Grenzen, wie auch mein Verlangen.

Gemessen an dem Drang, zu sehen mit den Augen,

die der Tod einst blind macht, was hatte sonst noch Wert ?

Doch verriet ich den Gedanken niemandem

von den Gefährten, denn diese quälte

die Gier nach Reichtum und nach Macht.


Eine Wirklichkeit, so märchenhaft wie die Legende,

erwartete uns dort, wir fanden sie

hinter beschneiten Gipfeln, tiefen Seen:

ein unberührtes Reich, gebaut auf Gold und auf Smaragde,

behütet van kupferbraunen, verborgenen Geschöpfen,

an deren Ohren der Name Christi nie gelangt.


Tucke, Gewalt, Grausamkeit und Frevel,

all das begingen wir, und wir bekamen es zurück

im Übermaß; doch siegten wir, dergleichen tat

wohl keiner je, noch wird es tun: eine Handvoll Manner,

mit Mühe nur von Gier vereint,

gewannen ein Jahrtausendreich.


Ich ahne, was ihr sagt: der Schrecken des Krieges,

doch sagt ihr es im Frieden, im Krieg, da schweigt ihr zahm.

Niemand beherrschte wie wir den Krieg,

auch nicht die Männer in der alten Welt,

wo der Herrscher für ein Stückchen Brot

sich fremde Reiche erobern ließ: Luftschlösser,

kaum gewonnen, schon verloren.


Gegen Körper stürmte ich, riss ihnen aus dem Leib

die Seelen, noch kaum ermüdet von ihrem Leben,

wie der Wind ganz blind die Blätter van dem Ast;

Schicksale in Blute schnitt ich an der Blumenkrone,

noch makellos die Farbe, ungetrübt der Duft.

War darunter auch ein Garcilaso, den mein Stein

jäh hinabriss auf den Grund des Todes ?

Nicht von dieser Welt ist auch das Reich des Dichters.


Als eines Morgens durch die Bogen und die Tore,

die uns die besiegte große Stadt weit öffnete,

wie eine Schlange, bronzen und diamanten, der Zug

sich wand mit der Sänfte, die den aztekischen König trug,

schien es mir, als risse gar der Schleier

der letzten Himmelskreise vor dem unverhüllten Ruhm.

Ja, ich war da und sah es; beneidet mich darum.


Die schneeweiße Masse van Terrassen und Türmen

in der fernen Stadt der zahllosen Brücken

bildete sich ab im goldnen Wasser der Lagunen

als ein Traum, gehauen in ruhmreiches Licht,

darüber strahlte die Krone des Himmels.


Armer König Moctezuma, du spate

Schwalbe, die der Winter überrascht,

der Flügel, na6 und starr, schon ohne Kraft.

Doch die Geburt macht nicht den König, Cortes wusste das.

Warum vergaß er es danach, im Wettstreit mit den Herzogen

am fernen Hofe, er, dessen Fuße geschaffen waren,

dass Prinzen und Könige sie küssten ?

Als er sich aufgab, gab auch Gott ihn auf.


Freunde wie Feinde sind nun gestorben,

in Frieden ruht der Staub der einen wie der andern,

nur nicht ich: in meinem Dasein überleben

Sieg wie Niederlage, im Erinnern mir nun Freunde.

Wer besiegte wen, bisweilen quält mich diese Frage.


Zu tun bleibt nichts mehr heute, abgesteckt die Erde,

die jetzt der Kramer als die seine fordert,

Handel treibend mit den Körpern wie den Seelen;

der Mensch weiß nur noch Geld zu machen oder Kinder.

In einem sonnigen Winkel dieses Landes, mehr das meine

als das andre dort in unsrer alten Welt, allein und arm,

wie ich einst kam, erwarte ich das Ende ohne Angst und Hast.


Dem Wind entsprang der Gott und wurde wieder Wind

und ich zu einer Feder zwischen seinen Flügeln.

O Land des Todes, sag, wo ist dein Sieg?


El retraído

Como el niño jugando

Con desechos del hombre,

Un harapo brillante,

Papel coloreado o pedazo de vidrio,

A los que su imaginación da vida mágica,

Y goza y canta y sueña

A lo largo de días que las horas no miden,

Así con tus recuerdos.


No son como las cosas

De que cerciora el tacto,

Que contemplan los ojos;

De cuerpo más aéreo

Que un aroma, un sonido,

Sólo tienen la forma prestada por tu mente,

Existiendo invisibles para el mundo

Aun cuando el mundo para ti lo integran.


Vivir contigo quieres

Vida menos ajena que esta otra,

Donde placer y pena

No sean accidentes encontrados,

Sino faces del alma

Que refleja el destine

Con la fidelidad trasmutadora

De la imagen brotando en aguas quietas.


Esperan tus recuerdos

El sosiego exterior de los sentidos

Para llamarte o para ser llamados,

Como esperan las cuerdas en vihuela

La mano de su dueño, la caricia

Diestra, que evoca los sonidos

diáfanos, haciendo dulcemente

De su poder latente, temblor, canto.


Vuelto hacia ti prosigues

El divagar enamorado

De lo que fue tal como ser debiera,

Y así la vida pasas,

Morador de entresueños,

por esas galerías

Donde a la luz más bella hace la sombra

Y donde a la memoria más pura hace el olvido.


Si morir fuera esto,

Un recordar tranquilo de la vida,

Un contemplar sereno de las cosas,

Cuán dichosa la muerte,

Rescatando el pasado

Para sonarlo a solas cuando libre,

Para pensarlo tal presente eterno,

Como si un pensamiento valiese más que el mundo.


Der Weltabgewandte

Wie das Kind im Spiel

mit den Abfällen des Menschen,

einem glitzernden Fetzen,

buntem Papier, einem Stuck Glas,

die seine Phantasie zu magischem Leben erweckt,

wie es sich freut, singt und träumt,

all die Tage lang, die keine Stunden vermessen,

so auch du mit deinen Erinnerungen.


Sie sind nicht wie Dinge,

die das Tasten erfasst,

die Augen betrachten;

ihr Körper ist luftiger

als ein Duft, ein Klang,

und nur dein Geist verleiht ihnen Gestalt,

denn unsichtbar sind sie der Welt,

wenn sie für dich die ganze Welt auch sind.


Du möchtest ein Leben in dir,

ein Leben, nicht so fremd wie dieses andere,

in dem Lust und Leid

nicht zwei Extreme des Zufalls waren,

sondern Seiten der Seele,

die das Schicksal spiegelt

mit der verwandelnden Treue

des Bildes, das aus stillem Wasser wächst.


Deine Erinnerungen warten

auf die äußere Ruhe der Sinne,

damit sie dich rufen oder du sie rufst,

so erwarten die Saiten der Laute

die Hand ihres Herrn, die gewandte

Liebkosung, die diaphane Töne

beschwört und sanft aus ihrer Macht

im Untergrund ein Zittern weckt, Gesang.


Du führst in dich gekehrt

dein Schweifen fort, verliebt

in das, was war, wie es sein sollte,

and so verbringst du deine Tage,

Bewohner van Traumgebilden,

in diesen Galerien,

wo das schönste Licht der Schatten schafft

und das reinste Gedächtnis das Vergessen.


Wenn so das Sterben wäre,

ein ruhiges Erinnern des Lebens,

ein heiteres Betrachten der Dinge,

welch Glück wäre der Tod,

der die Vergangenheit birgt,

um sie einsam frei zu träumen,

um sie als ewige Gegenwart zu denken,

als wöge ein Gedanke mehr als die Welt.


Un contemporáneo

Le conocí hace ya tanto tiempo;

Déjeme que recuerde. Si la memoria falla

A mi edad, cuando trata de imaginarse algo

Que en años mozos fuimos, aun mas cuando persigue

La figura del hombre sólo visto un momento.


Nunca pensé que alguien viniera a preguntarme

Por tal persona, sin familiar, amigo,

posición o fortuna; viviendo oscuramente,

Con los gestos diarios de cualquiera

A quien ya nadie nombra tras de muerto.


Que de espejo nos sirva

El prójimo, y nuestra propia imagen

Observemos en él, mas no la suya,

Ocurre a veces, Quien interroga a otros

Por un desconocido, debe contentarse

Con lo que halla, aun cuando sea huella

Ajena superpuesta a la que busca.


Era de edad mediana

Al conocerlo yo, enseñando,

No sé, idioma o metafísica, en puesto subalterno,

Como extraño que ha de ganar la vida

Por malas circunstancias y carece de apoyo.


A esta ciudad había venido

Desde el norte, donde antes estuvo

En circunstancias aún peores; ya conoce

Aquella gente práctica y tacaña, que buscando

Va par la vida sólo rendimiento,

Y poco rendimiento de tal hombre traslucía.


Aquí se hallaba a gusto, en lo posible

Para quien no parecía a gusto en parte alguna,

Aun cuando, ido, no quisiera

Regresar, ni a varies conocidos

Locales recordó. Así trataba acaso

Que lo pasado fuera pasado realmente

Y comenzar en limpio nueva etapa.


No le vi mucho, rehusando,

A lo que entiendo, el trato y compañía,

Acaso huraño y receloso en algo

Para mi indiferente. Poco hablaba,

Aunque en rara ocasión hablaba todo

Lo callado hasta entonces, entero, abrupto,

Y pareciendo luego avergonzado.


Pero seamos francos: yo no le quería

Bien, y un día, conversando

Temas insustanciales, el tiempo, los deportes,

La política, sentí temor extraño

Que en burla, no hacia mí, sino a los hombres todos

En mí representados, fuera a sacar la lengua.


Lo que pensó, amo, odio, le dejó indiferente,

Ignore; como lo ignoro igual hasta de otros

Que conocí mejor. Nuestro vivir, de muchedumbre

A solas con un dios, un demonio o una nada,

Supongo que era el suyo también. ¿Por qué no habría de serlo ?


Su pensamiento hoy puede leerse

Tras la obra, y ella sabrá decirle

Más que yo. Aunque supongo

Tales escritos sin valor alguno,

Y aquí ninguno se cuidaba de su autor o ellos.


Esta fama postrera no la mueve,

En mozos tan despiertos, amor de hacer justicia,

Sino gusto de hallar razón contra nosotros

Los viejos, el estorbo palmario en el camino,

Al cual no basta el apartar, mas el desprecio

Debe añadirse. Pues, ¿acaso

Vive desconocido el poeta futuro?


Sabemos que un poeta es otra cosa;

La chispa que le anima pronto prende

En quienes junto a él cruzan la vida,

Sus versos aceptados tal moneda corriente.

Lope fue siempre el listo Lope, vivo o muerto.


Tan vulgar como quiera será el vulgo,

Pero la voz del vulgo es voz divina,

Por estos tiempos nuestros a lo menos;

Y el vulgo era ignorante de ese hombre

Mientras viviera, en signo

Que siempre ignorará su póstuma excelencia.


La sociedad es justa, a todos trata

Como merecen; si hay exceso

Primero, con idéntico exceso retrocede,

Recobrando nivel. Piense de alguno,

Festejado tal dios por muchedumbres,

Por esas muchedumbres tal animal colgado.

Bien que ello nos repugne, justicia pura y simple.


Mas eso no se aplica a nuestro hombre.

¿Acaso hubo exceso en el olvido

Que vivió día a día ? Hecho a medida

Del propio ser oscuro, exacto era; y a la muerte

Se lleva aquello que tomamos

De la vida, o lo que ella nos da: olvido

Acá, y olvido allá para él. Es lo mismo.


Ein Zeitgenosse

Ich lernte ihn kennen vor langer Zeit;

wie war das noch. Versagt das Gedächtnis

in meinem Alter bei dem Versuch, sich auszumalen,

was wir in jungen Jahren waren, um so mehr in dem Bemühen

um die Gestalt von jemandem, den man nur flüchtig sah.


Niemals hatte ich gedacht, dass jemand käme und mich fragte

nach dem Menschen, ohne Anhang, ohne Freund,

ohne Stellung und Vermögen; im Ungewissen lebend,

mit den täglichen Gesten eines Jedermann,

den keiner mehr nennt nach seinem Tod.


Dass uns als Spiegel dient

der Nächste und wir unser eignes Bild

in ihm beschauen, aber nicht das seine,

das geschieht bisweilen. Wer andere befragt

nach einem Unbekannten, muss sich begnügen

mit dem, was er aufspürt, sollte sich die Spur

auch allzu fremd der überlagern, die er sucht.


Er war mittleren Alters,

als ich ihn traf, er unterrichtete

etwas wie Sprache, Metaphysik, in niederer Stellung,

wie ein Fremder, der sich sein Leben verdient

in widriger Lage und jeder Hilfe entbehrt.


Er kam in diese Stadt

vom Norden her, wo er zuvor

noch elender gelebt; er kennt sie schon,

die pragmatischen, geizigen Leute, die nur

im Leben aus sind auf Gewinn,

und kaum ließ dieser Mann Gewinn vermuten.


Hier fühlte er sich wohl, soweit dies möglich

für den, der nirgendwo sich wohl zu fühlen scheint,

wollte er auch, wenn er fort war, nie

zurück, erinnerte sich auch an die Bekannten

jenes Ortes nicht. So mühte er sich wohl,

Vergangenes vergangen sein zu lassen

und neu zu beginnen den neuen Abschnitt.


Nicht oft traf ich mit ihm zusammen, denn er floh,

schien mir, den Umgang und Gesellschaft,

scheu vielleicht und misstrauisch bei etwas,

das mir einerlei war. Er sprach wenig,

doch bei seltener Gelegenheit sagte er alles,

was er bisher verschwiegen, fest und jäh,

danach schien er beschämt.


Doch seien wir ehrlich: gut leiden

konnte ich ihn nicht, und einmal, im Gespräch

über belanglose Themen, das Wetter, den Sport,

die Politik, da verspürte ich seltsame Furcht,

er konnte mir zum Spott, nicht über mich, nein, über alle Menschen,

die ich hier vertrat, mir seine Zunge zeigen.


Was er dachte, liebte, hasste, ihn nicht kümmerte,

das weiß ich nicht; und weiß es auch von andern nicht,

die ich viel besser kannte. Unser Leben einer Masse,

allein mit einem Gott, einem Teufel, einem Nichts,

ich nehme an, es war das seine auch. Weshalb wohl nicht ?


Seine Gedanken kann man heute lesen

aus seinem Werk, und es erklärt

ihn mehr als ich. Doch ich vermute,

jene Schriften haben keinen Wert,

zur Kenntnis nahm hier niemand ihren Autor oder sie.


Diesen späten Ruhm begründet

bei lebhaften Jungen nicht die Liebe zur Gerechtigkeit,

sondern die Lust, Bestärkung zu finden gegen uns,

die Alten, das sichtliche Hindernis auf dem Weg,

das nicht nur fortzuschaffen ist, sondern mit Verachtung

obendrein zu strafen. Lebt er etwa

unerkannt, der zukünftige Dichter?


Wir wissen, ein Dichter ist anders;

der Funke, der ihm Leben gibt, er zündet schnell

in jenen, die neben ihm durchs Leben wandern,

seine Verse anerkannt wie gültige Währung.

Lope blieb der geistreiche Lope, ob lebend oder tot.


Noch so gemein mag das gemeine Volk sein,

doch ist des Volkes Stimme göttlich,

zumindest in der Zeit, in der wir leben;

und das Volk, es wusste nichts von diesem Mann,

während er lebte, als ein Zeichen,

dass es niemals wissen wird um seinen postumen Rang.


Gerecht ist die Gesellschaft, sie behandelt alle,

wie sie es verdienen; ist es zuviel des Guten

anfangs, weicht sie dieses gute Stuck zurück

und ebnet alles ein. So denke man an einen,

zum Gott erhoben von den Massen

und van diesen Massen wie ein Tier gehängt.

Stößt es uns auch ab, nur einfache Gerechtigkeit.


Doch dies gilt nicht für unsren Mann.

War denn des Guten zuviel im Vergessen,

das er Tag für Tag erlebte? Bemessen

nach seinem dunklen Wesen, war es richtig; und der Tod

nimmt sich stets das, was wir uns nahmen

vom Leben oder was uns dieses gibt: Vergessen

hier, und Vergessen dort für ihn. Es ist eines.


Las islas

Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía,

Y dejando el navío y el muelle, por callejas

(Entre el polvo mezclados pétalos y escamas),

Llegué a la plaza, donde estaban los bazares.

Era grande el calor, la sombra poca.


Con el pecho desnudo iba, distraído

Como si familiares fuesen la villa y sus costumbres,

Y miré en un portal al mercader de sedas

Que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos,

Sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza.


Ante un ciego cantor estuve largo espacio,

Único espectador, y parecía cantar para mí solo.

Compré luego a una niña un ramo de jazmines

Amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio

La dejadez extraña que empezaba a aquejarme.


Desanudada la faja en mi cintura,

Unos muchachos que pasaban, reían,

Volviendo la cabeza. Acaso me creyeron

Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran

Como la noche, profundos y estrellados.


La humedad de la piel pronto se disipaba

Por el aire ardoroso, a cuyo influjo

Mi pereza crecía. Me detuve indeciso,

Acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza

Lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno.


Seguí, por parajes nunca vistos,

Mas presentidos, igual a quien camina

Hacia cita amistosa. Deponía la tarde

Su fuerza, cuando al fin quise

Buscar reposo ante un umbral cerrado.


Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban

(Acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo

Ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente.

Una presencia ajena pareció despertarme,

Porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía.


Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta

Ante demanda informulada, me miraba, insegura;

Aunque yo nada dije, con gesto silencioso,

invitándome adentro, me tomó de la mano.

La seguí, con recelo más débil que el deseo.


La sala estaba oscura (ya caía la tarde).

Sobre la estera había almohadas, un cestillo

Anidando manojos de magnolias mojadas,

De excesiva fragancia. Filtro la celosía

Unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto»


Las pensé referidas a un camarada,

Quizá presagio de mi sino. Pero ella,

Atrayéndome a sí, sobre la alfombra

El ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina,

Fría, dura, flexible, escurridiza.


Mis manos en sus pechos, su cintura

Quebrarse pareció al extenderme sobre ella,

Y en el silencio circundante, al ritmo

De los cuerpos, oí su brazalete,

Queja del ave fabulosa que escapaba.


La oscuridad llenó la sala toda

Cuando saciado y satisfecho quise irme.

En la puerta (ella como mi sombra me seguía),

Al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos

Quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo.


Mucho tiempo ha pasado. No aceptara

Revivir otra vez esta existencia.

Mas no sé qué daría por solo aquel instante

Revivirlo. Bien sé que apenas tengo con que tiente

Al destine, ni el destine tentarse dejaría.


Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas

(¿No es el recuerdo la impotencia del deseo?),

Es que a él, como a mí, la vejez vence;

Y acaso ya no tengo lo único que tuve:

Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.


Die Inseln

Ich weiß noch, wir liefen ein im Hafen nach langer Fahrt,

und ich ließ Schiff und Kai zurück, durch schmale Gassen

(Blüten vereint im Staub mit den Schuppen der Fische)

gelangte ich zum Marktplatz mit den Standen.

Groß war die Hitze, der Schatten spärlich.


Mit nackter Brust ging ich ganz unbekümmert,

als wären mir der Ort vertraut und seine Sitten,

ich sah, wie in dem Säulengang der Seidenhändler

Stoff entfaltete, ein frisches Morgenrot für meine Augen,

und spürte, ohne ihn zu greifen, seine weiche Glätte.


Vor einem blinden Sänger stand ich lange Zeit,

ich hörte zu als einziger, als sänge er für mich allein.

Dann kaufte ich von einem Mädchen einen Strauß Jasmin,

schon gelblich, doch linderte sein welker Duft

die sonderbare Schwäche, die mich langsam quälte.


Lose hing die Schärpe mir um meine Hüfte,

ein paar Jungen auf der Straße lachten,

drehten ihren Kopf nach mir. Sie glaubten wohl,

ich sei im Rausch. Und einer hatte Augen

wie die Nacht, so tief und sternenklar.


Schnell schwand die Feuchtigkeit auf meiner Haut

in dieser Luft voll Glut, und unter ihrem Einfluss

wuchs noch meine Trägheit. Zögernd blieb ich stehen,

streichelte den Körper, fühlte seine Wärme

so glatt, als fühlte ich den Körper eines Fremden.


Welter streifte ich durch Gegenden, noch nie erblickt,

doch längst erahnt, wie einer unterwegs

zum Freundestreffen. Schon ließ der Nachmittag

von seiner Kraft, als ich nun endlich willens war

zu ruhen, dort auf einer Schwelle vor versperrter Tür.


Es war ein stilles Viertel. Meine Lider wogen schwer

(womöglich schlief ich lang), und als ich sie dann aufschlug,

schien die Sonne bereits niedrig auf die Mauer gegenüber.

Mir war, als hätte fremde Gegenwart mich aufgeweckt,

ich wandte meinen Kopf, erblickte eine Frau und lächelte.


Als wär sie reines Abbild meiner Sehnsucht, Antwort

auf eine nicht getane Bitte, blickte sie mich an, voll Zweifel;

ich sagte nichts, mit einem stummen Zeichen

bat sie mich hinein und nahm mich bei der Hand.

Ich folgte, schwächer mein Argwohn als mein Verlangen.


Der Raum war dunkel (denn der Abend nahte schon),

Kopfkissen auf der Matte and ein Körbchen

voll vom feuchten Flor gebündelter Magnolien,

so mächtig duftend. Durch das Fenstergitter

drangen Worte van der Straße: »Man fand ihn tot.«


Ich dachte mir, sie meinten einen der Gefährten,

vielleicht Omen meines eignen Loses. Aber sie

zog mich zu sich heran, und auf den Teppich

warf sie ihr Kleid und war ein Messer ohne Scheide,

kalt und hart, biegsam und glatt.


Meine Hände fassten ihre Brüste, ihre Hüfte

schien zu brechen, als ich auf sie sank,

und im Schweigen ringsherum, im Takt

der Körper lauschte ich auf ihren Armreif,

Klage jenes Märchenvogels, der entfloh.


Den ganzen Raum erfüllte Dunkelheit,

als ich gesättigt und befriedigt gehen wollte.

In der Tür (sie folgte mir ganz wie mein Schatten),

auf der Schwelle schon, da spürten meine Finger

ihren Armreif, nun ganz starr und stumm.


Viel Zeit verging seitdem. Ich wollte nicht

noch einmal dieses Leben leben.

Doch was gäbe ich, um jenen Augenblick

noch einmal zu erfahren. Wenig kann ich bieten,

das Schicksal zu versuchen, und es bliebe hart.


Begibt sich die Erinnerung auf den gegangenen Weg

(ist die Erinnerung nicht Ohnmacht des Verlangens ?),

so wird sie, wie auch ich, besiegt vom Alter;

vielleicht besitze ich nicht mehr, was einzig ich besaß:

Verlangen, dem sich ergeben die Gelegenheit ergibt.


Cernuda, Luis, Wirklichkeit und Verlangen. Gedichte. Zweisprachige Ausgabe. Ausgewählt, aus dem Spanischen übersetzt und mit einem Nachwort versehen von Susanne Lange,  Frankfurt am Main 2022, (Suhrkamp)